Tú no puedes volver atrás, porque la vida ya te empuja como un aullido interminable.
Hija mía, es mejor vivir con la alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego.

("Palabras para Julia". J.A. Goytisolo)

viernes, 18 de julio de 2008

Espejito, espejito mágico...

Hubo un tiempo en que los espejos eran nuestros amigos. Cada cual se miraba en ellos y ellos, amigos fieles, devolvían la realidad tal cual. En aquel tiempo, el más feliz de todos, el tiempo del asombro y de la infancia, los espejos eran mucho más que espejos: eran también compañeros de juegos que sonreían con la misma risa que recibían, divertidos con las carantoñas ensayadas una y otra vez en ellos, con los dibujos y las palabras trazados a toda prisa en el diminuto círculo de una bocanada de aliento; o jugando al escondite, a la magia de desaparecer en el espeso vaho del agua caliente del baño. El tiempo reflejado en ellos, tiempo de juegos, se estiraba, se hacía largo y, así, la vida pasaba más alegre.

Pero después, con los años, los espejos se fueron haciendo crueles. Obstinados en hacernos creer que no mentían nunca, devolvían ojos que costaba reconocer. Quien dice ojos, dice orejas o narices o corazones. Así que se fue levantando un muro invisible de rencor entre "ellos" y "nosotros", un rencor ni más ni menos que como el de la madrastra de Blancanieves, transformada en bruja malvada después de preguntarle a su espejito... Entonces comprendimos (fue un golpe de lucidez) lo peligrosa que era la magia de los espejos, lo hiriente; que todas las imágenes devueltas por los espejos tenían el poder destructor de la Medusa Gorgona, que convertía en estatua de piedra a todo el que la miraba a los ojos.

Por eso hoy nos ponemos detrás de los espejos. Y brevemente avisamos del peligro a todos los que pasan. (Lo siento, andrómedas Perseo, murió hace mucho tiempo)